¿El despertar de las impresoras 3D?

Las impresoras 3D han llegado hace poco al gran público, pero es una tecnología que lleva algunos años en el mercado. ¿Ha llegado el momento del ‘boom’?

Llevamos cierto tiempo oyendo hablar de las impresoras 3D como la solución para múltiples necesidades, pero la realidad nos demuestra que en la mayor parte de los casos se trata meramente de aplicaciones anecdóticas, experimentales o singulares. Sin embargo, algo podría estar cambiando.

En primer lugar, el pasado mes de febrero expiró la patente de la selective laser sintering (SLS), la tecnología de impresión tridimensional en alta definición más barata. Esto conllevaría el abaratamiento de las máquinas que utilicen dicha tecnología. Y esto debe tener repercusiones.

Por un lado, aumentará el número de fabricantes, que trabajarán para mejorar la calidad y eficiencia de las impresoras 3D para destacarse de la competencia. Esta misma rivalidad debería impulsar la bajada del precio de estos aparatos. Gracias a ello, el consumidor final podrá tener acceso a impresoras 3D más económicas, haciendo que la inversión en uno de estos dispositivos sea más interesante. Y si hay más empresas, profesionales y particulares que tienen acceso a la tecnología, pronto iremos descubriendo nuevas aplicaciones.

En cualquier caso, no conviene echar las campanas al vuelo demasiado pronto. La expiración de las patentes de la fused deposited modeling (FDM), otras de las tecnología de impresión tridimensional, supuso un sustancial abaratamiento de las impresoras 3D, que comenzaron a llegar a los aficionados. Pese a ello, la revolución esperada no llegó. Uno de los motivos es que el acabado superficial de las piezas fabricadas mediante FDM no es demasiado fino, por lo que requiere un suavizado posterior. Por eso, la liberación de la tecnología láser, más depurada, puede ser un paso importante.

Pero lo más importante es que hay grandes compañías e instituciones que están mostrando interés y llevando a cabo iniciativas que podrían dar un impulso a la impresión tridimensional. Por ejemplo, la NASA tiene previsto embarcar una impresora 3D en la Estación Espacial Internacional (ISS) para crear piezas de repuesto a medida cuando lo necesite. Y todos sabemos que la investigación aeroespacial siempre ha propiciado el desarrollo de avances tecnológicos que finalmente se trasladan a nuestra vida diaria: microchips, diversos aislamientos (incluido el papel de aluminio de cocina), herramientas inalámbricas, alimentos liofilizados, televisión por satélite, lentes resistentes a arañazos…

Además, Hewlett-Packard entrará en breve en el mercado de las impresoras 3D. Y la buena noticia para nuestro país es que instalará el centro mundial de desarrollo de este negocio en Sant Cugat del Vallès (Barcelona), como recogía La Vanguardia. Si la empresa líder en el mercado de la impresión da este paso es porque ahora el sector va realmente en serio.

Por otro lado, son muy interesantes las aplicaciones de esta tecnología para impresión de tejido y órganos humanos. Por ejemplo, ya se ha desarrollado con éxito una tráquea bioartificial impresa con células madre para realizar un trasplante. También se han realizado trasplantes de cráneo con piezas fabricadas con biopolímeros. Además, cada vez se usa más la impresión 3D para fabricar todo tipo de prótesis. Por otro lado, la impresión de tejidos y órganos a partir de material celular abre las puertas a la investigación, pudiendo prescindir en parte de la experimentación en animales. Ante todos estos avances, es más que probable que la impresión 3D traiga el debate ético a un primer plano.

¿Pero cuál es el potencial de este mercado? Según un informe publicado en otoño de 2013 por la consultora Gartner, la facturación de impresoras 3D alcanzará los 5.700 millones de dólares en 2017. Si se cumple esta predicción, significaría un salto cuantitativo importantísimo, ya que este mercado se valora actualmente en torno a los 288 millones de dólares.