Ramoncín será “fusilado” en Internet

José Ramón Julio Martínez Márquez, cantante de rock y presentador español, se convirtió en un emblema en la lucha contra la piratería desde su puesto de directivo de la Sociedad General de Autores Españoles, una de las organizaciones más odiadas del país por su peculiar manera de gestionar la defensa de los derechos de autor y que está abriendo una brecha sin precedentes entre artistas y usuarios.

“El rey del pollo frito”, -título de una de sus canciones y que se ha convertido en un apelativo despectivo con el que se conoce a Ramoncín- tuvo que abandonar la ejecutiva de la SGAE, dicen por la presión de los numerosos actos que se han sucedido contra su persona.

Otras fuentes afirman que sólo se ha marchado de la primera plana de la SGAE y que forma parte de su Comité de Disciplina, responsable del expediente a tres socios que pedían democracia en la pasada asamblea general.

Ésto y sus manifestaciones públicas a favor del canon digital siguen persiguiendo a su figura y a su persona. Además de la “muerte virtual” se han convocado otras iniciativas en su contra: “Ante la gran cantidad de asistentes a este evento lo mejor será hacerlo a las 20:00 enfrente de la SGAE y que cada uno lleve un cd en la mano. Esto nos servirá para reconocernos y tirárselo a los de la SGAE, aparte de pancartas, caretas y demás complementos típicos para dejar claro nuestro rechazo a Ramoncín y a su séquito de esbirros de la SGAE”.

“Se aceptan todo tipo de ideas”, dicen en el artículo de referencia aunque no he encontrado enlaces a la fuente original promotora de la iniciativa. En todo caso a mí lo de los fusilamientos no me gustan ni virtuales. Respetando otras opiniones, no creo que haya matar a nadie para demostrar que es razonable la desaparición de un canon digital injusto y arbitrario y que la defensa del derecho de autor no puede estar basado en amenazas, denuncias y espionaje en la Red, ni en el enriquecimiento de una sociedad, que por ley debería ser sin ánimo de lucro.

vINQulos
EcoDiario – elEconomista