Que nadie vea lo que pasa. Lejos de atender a las “presiones” de la ONU, la Junta militar de Birmania se ha centrado en cerrar las últimas ventanas abiertas al mundo exterior. Los grupos disidentes exiliados en la vecina Tailandia dicen que más de 10 satélites telefónicos y un número impreciso de ordenadores han sido apagados, por lo que ya no hay forma humana de comunicarse con los grupos de resistencia interna.
Los militares negaron incluso el permiso de comunicación por satélite a la oficina de las Naciones Unidas en Yangón y a la Agencia de cooperación Internacional japonesa.
Estas últimas acciones reflejan la paranoia de la Junta por evitar que el mundo exterior reciba imágenes de las prácticas represivas que están llevándose a cabo en el país.
“Ojos que no ven, corazón que no siente”.
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