Las contradicciones de la economía colaborativa

El aumento del uso de internet y el desarrollo de todo el universo de apps que se alojan en las tripas de nuestros smartphones ha dado lugar a una nueva manera de hacer las cosas. Ahora es mucho más fácil llegar al cliente o usuario final y comunicarse con él de forma directa. Y los propios usuarios pueden contactar entre sí de manera más sencilla. Ésta es la clave de la economía colaborativa: la posibilidad de saltarse los intermediarios.

“La ‘economía compartida’, que se espera que pase de generar ingresos globales de alrededor de 15.000 millones en 2015 a 335.000 millones en 2025, es un modelo basado en la colaboración gracias a las capacidades habilitadas por el software basado en internet, que promueve el consumo sin propiedad y proporciona plataformas de emparejamiento. Esto ha cambiado la forma en que se gestiona, potencia y se mueve la actividad económica”, afirman David Morales y Enrique Crespo, expertos en Economía Política Internacional y Políticas Públicas y Administración, respectivamente, en este artículo publicado en el marco del Foro Económico Mundial. reunido esta semana en la ciudad suiza de Davos.

Para explicar en qué consiste este cambio, los autores citan a Jeremy Rifkin, asesor de la UE: “En lugar de vendedores y compradores, tenemos proveedores y usuarios. En lugar de mercados, tenemos redes. En lugar de propiedad, tenemos acceso. Eso es una transformación. En lugar de consumismo, tenemos sostenibilidad. Esa es la transición”.

Morales y Crespo señalan que “la economía del intercambio nació como un nuevo plan de juego después de la crisis financiera mundial de 2008, para estimular la economía mediante la creación de nuevos modelos de negocios”. Y remarcan que “en su corazón se encuentra una narrativa que subraya la necesidad de compartir y colaborar, en lugar de un modelo tradicional impulsado por el mercado capitalista”.

Además, hacen hincapié en que “al reducir las barreras de propiedad y costes, el modelo de economía compartida tiene el potencial de permitir el acceso a servicios y productos a personas y comunidades que generalmente han sido excluidas dentro del paradigma neoliberal”.

Así, casi todo el mundo acogió con los brazos abiertos propuestas como Airbnb, Uber, Cabify, Blablacar o Wallapop. Estas plataformas proponen aprovechar la tecnología para facilitarnos la vida y, de paso, ahorrar algo de dinero. Por ejemplo, los autores destacan que las poblaciones de bajos ingresos se han beneficiado de menores costos de transporte y alojamiento. Y también han dado lugar a un mayor reparto de la riqueza. Por ejemplo, Airbnb ha impulsado el gasto fuera de los distritos hoteleros típicos, promoviendo el turismo en vecindarios que tradicionalmente no se han beneficiado de dicha actividad.

Sin embargo, lo que arrancó como una forma de dar poder al usuario, se ha ido convirtiendo en un negocio que se diferencia poco del tradicional, aunque sea más tecnológico y de nuevo cuño. “El mecanismo operativo de estas plataformas ha servido para perpetuar los intercambios económicos con valor utilitario. Sus transacciones suelen ser mediadas por el mercado, utilizando a las empresas como intermediarias. Y no se considera que se ‘compartan’, sino que representan a los clientes que pagan para acceder a bienes y servicios específicos”, declaran Morales y Crespo.

Por eso, consideran que el concepto ‘economía compartida’ “se percibe como un oxímoron y como un nombre inapropiado”, por lo que opinan que “debería abordarse mejor como una ‘economía de acceso’, en la que puede restringirse la entrada de usuarios de bajos ingresos y mercados desatendidos”.

De este modo, advierten que “la experiencia ha demostrado que las plataformas exitosas en la ‘economía compartida’ tienden al monopolio u oligopolio de los altos volúmenes dirigidos a las clases altas, para compensar la inversión en tecnología y el bajo coste marginal de las transacciones adicionales”. Remarcan que este tipo de plataformas “se diseñaron para una clase media-alta compuesta por las esferas sociales más ricas, expertas en tecnología y bien conectadas”. Así, los hogares de bajos ingresos apenas usan estos servicios y muchas veces ni siquiera los conocen.

Los autores también apuntan que “hay evidencia de una estructura ‘capitalista rentista’, donde pequeños grupos de empresas poseen grandes porcentajes de recursos y riqueza en la economía actual”. En la práctica, esto dar lugar, por ejemplo, a compañías que acaparan las licencias VTC para operar a través de Uber o Cabify, así como empresas que se apoderan de los alojamientos turísticos en los centros urbanos para explotarlos a través de Airbnb.

Morales y Crespo recalcan que ya hay investigaciones que “consideran que este modelo se ha alejado de su narrativa utópica de inclusión y sostenibilidad y ahora funcionan como un centro comercial digital que beneficia los intereses de las empresas capitalistas”. Además, compañías como Uber han sido acusadas de socavar los derechos laborales de los trabajadores. A la par, Airbnb ha sido señalada por reducir los ingresos del sector hotelero y por su impacto negativo en el coste de vida, ya que el arrendamiento a corto plazo ofrece a los propietarios un incentivo para mantener sus casas vacías en previsión de los ingresos del turismo, reduciendo la oferta disponible de viviendas en alquiler y, por ende, encareciendo los precios.

David Ramos

Soy periodista freelance especializado en información económica, gestión empresarial y tecnología. Yo no elegí esta especialidad. Fue ella la que me escogió a mí.

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