Que la Red es una jungla plagada de virus (en sus más retorcidas formas) no es algo que sorprenda a los internautas. Que los robos (de información y dinero) y el vandalismo (virtual y material) campen a sus anchas tampoco causa sorpresa. Que los productos de protección tienen una efectividad más bien limitada es algo más que conocido. Lo que si asombra es la pasividad institucional ante un fenómeno tan grave como es el spam.
Hemos podido leer que una compañía israelí trató de declararles la guerra por su cuenta y ha sido objeto de amenazas que le han impulsado a cesar su plan de pagar con la misma moneda a los spammers.
Pocos puntos se pueden clarificar respecto a la cuestión. Tal vez se pueda asegurar que son expertos de alto nivel, se puede intuir que muchos de ellos mantienen relaciones mafiosas para realizar ataques combinados, que la mayoría de ellos proceden de tres nacionalidades: EE.UU., Rusia y Brasil, y por último, que los Gobiernos son incapaces de pararles los pies.
La situación es que una gran parte de la comunidad internauta vive siendo espiada sin ser consciente de ellos. ¿Tendrán spyware instalado los ordenadores particulares de jueces, políticos, militares y otros portadores de información delicada? El pulso lo ganan los spammers.
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