En tiempos de conexión permanente y acceso a la información al alcance de una simple búsqueda en Google, sería fácil pensar que las estafas son cosa del pasado. Sería también muy ingenuo. En primer lugar, porque tener acceso a información no significa buscarla y dar un paso atrás cuando vemos cosas raras; y, en segundo lugar, porque la inventiva de los timadores no parece tener límites.
Ha habido casos muy sonados. El nombre que se le viene a todo el mundo a la cabeza al pensar en fraudes en el sector de la tecnología en nuestro país es el de Gowex, la “empresa del wifi”, que iban a hacer del mundo un lugar mejor (con wifi gratis), que recaudaron millones y llegaron a cotizar en el MAB… hasta que un informe de 93 páginas de la americana Gotham City Research indicó que habían falseado sus cuentas y que sus acciones valían en realidad unos 0 euros, en vez de los 20 por los que cotizaban en su momento.
Abengoa y, más recientemente, el caso de los smartphones Zetta muestran también que el fraude puede venir por muchos lados. Puede tratarse de una estafa a los accionistas, como ocurrió con la firma de energía, a la que se acusó en 2014 de irregularidades en la forma de computar su deuda; o puede tratarse de un fraude más de a pie, directamente al consumidor, como fue está siendo caso del “iPhone extremeño” que al final resultó ser un simple Xiaomi con una bellota como logo y un elevado precio que se justificaba por ser producto español.
Hay también casos de clásica estafa piramidal llevada al mundo de las nuevas tecnologías. Unete prometía a sus pequeños inversores beneficios del 188% con la tradicional fórmula de “sin moverte de casa y trabajando solo unos minutos al día”. Y pagaban, vaya si lo hacían, pero en su moneda virtual, la unete. Los inversores eran los encargados de vender esa moneda a quien pudieran “al precio que estimen conveniente”. Un fraude de 28 millones de euros y 50.000 víctimas.
Están también los vendedores de humo, los que prometen un producto revolucionario por el que cosechan inversiones y subvenciones, pero que retrasan y retrasan el proyecto (gastando, eso sí, el dinero sin saberse bien cómo). Es lo que está pasando con las baterías de grafeno de Graphenano, rodeadas de sospechas, y lo que pasó con el coche eléctrico vasco Hiriko. También hay clásicos casos de fraude fiscal (Meflur Comunicaciones protagonizó en 2006 la mayor trama de fraude del IVA en España), y hasta acuerdos de fusión, como la de Telefónica y Terra, llenos de detalles raros.
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